miércoles, 17 de septiembre de 2008

TARASIA* Y EL VALS DE LAS BALLENAS


Tarasia* siente el leve ritmo de los semáforos y los tubos de escape, de las farolas y los toldos de las librerías; las armonías de los cláxones y el tempo del caminar de todas esas personas extrañas con las que se cruza cada día. Tarasia* oye a las almas de los árboles del paseo, el quejido de los columpios del parque, y el llanto de los átomos de oxígeno del aire que respiramos. Para Tarasia* el mundo no es el mundo: para Tarasia* el mundo es una eterna canción de sutil instrumentación y compleja ejecución.

Tarasia* oye tantas cosas, que a veces no lo puede soportar. En ocasiones el ruido es tan intenso, que Tarasia* tiene que taparse fuertemente las orejas para poder dormir. En su mundo – como en todos los mundos - no siempre la música es dulce, ni las melodías son pegadizas, y eso la entristece enormemente. En la vida hay acordes retorcidos y arpegios imposibles de realizar, ella lo sabe, por eso a veces llora.


Anoche, huyendo de todo ese ruido, Tarasia* se detuvo de nuevo sobre la Luna. La Luna es uno de los paisajes que más le gusta visitar: acostumbra a sentarse sobre las rocas y dejar que las horas pasen contemplando ese vasto desierto sin fin. Allí, ingrávida, Tarasia* se olvida de todos sus problemas, de todos los sonidos, de toda esa lucidez. En la Luna sólo hay silencio, un silencio distinto al que tenemos aquí, un silencio que puede oírse con facilidad. Por eso Tarasia* allí se encuentra tan bien, porque únicamente escucha el silencio, y el silencio en estado puro es verdaderamente más hermoso que la música, más real.


Tarasia* caminó durante un rato hasta colocarse en medio de la faz que la Luna nos enseña con cierta timidez antigua. Se sentó en un pequeño cráter y observó atentamente el océano Pacífico. Allí abajo, como por arte de magia, apareció una enorme escuela de ballenas entre las olas. Antes de que a Tarasia* le diera tiempo de esbozar una ligera pero firme sonrisa de alegría y de profundo bienestar, las ballenas comenzaron a bailar su frío vals bajo la luz que la Luna arrojaba sobre el mar.



(Mercromina. Vals de Ballenas.)

Este es (creo) el último post que rescato del blog de Libro de Arena. Perdonad que me repita, pero me hacía mucha ilusión ponerlo aquí. A partir de hoy, sólo relatos nuevos: ¡palabrita del niño Jesús!

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