lunes, 12 de julio de 2010

CAPTATIO BENEVOLENTIAE

Vaya... Casi un año sin desempolvar ese palacete... Cuando me he dado cuenta, casi me da un síncope. Decidido a quitar las telarañas, he elegido una canción, me he puesto a la faena y he traido el resultado aquí, por si alguien quisiera leerlo. Ha sido un parto rápido, fruto de la urgencia por retomar este blog.
A ver si alguien se acuerda todavía de este rincón...
Feliz escucha.


CAPTATIO BENEVOLENTIAE


Conocí a un hombre. Se llamaba Manel y siempre trataba de agradar a todo el mundo. Saludaba puntualmente a los peatones que se cruzaba por la calle y se dirigía a los tenderos del barrio con una educación casi aristocrática poco común. Nunca tenía prisa si alguien precisaba su ayuda. Jamás decía que no cuando un amigo le pedía un favor. Acompañaba a las ancianas para que cambiaran de acera y ejercía de lazarillo para los ciegos que se extraviaban en la maraña de callejones de aquella parte de la ciudad. Vestía elegantemente. Caminaba recto como un álamo. Se peinaba con la raya a un lado. No fumaba ni bebía alcohol. Se limpiaba los zapatos cada mañana antes de salir de casa y por su boca nunca se escapó palabra malsonante alguna. Siempre gozaba de un humor envidiable y su sonrisa marcescente sólo se disolvía fugazmente el tiempo necesario para que los músculos faciales que la sostenían descansaran levemente de su ardua tarea; sin embargo, el brillo apagado de sus ojos oscuros dotaba a su rostro – aparentemente sereno – de una sombra densa y preocupante. De Manel podían decirse muchas cosas, pero nadie se habría atrevido a afirmar que era como la gente normal.


De pequeño Manel costumbraba a soñar que era malabarista, que trabajaba en un circo cerca de Roma y que se bañaba desnudo cada noche en el mar; pero lo cierto es que sus progenitores ya tenían desde el mismo día de su nacimiento sus propios planes para él.


Manel sacrificó su infancia y su adolescencia entera metido entre libros de matemáticas, de contabilidad y de leyes. Jamás le vi jugando con los demás niños del portal, ni disfrazándose el día de carnaval, ni colocando botellas de agua abiertas en las puertas de las vecinas, ni bailando en las verbenas las noches de fiesta. Manel se desvivía por satisfacer a sus padres y por labrarse el futuro que ellos mismos le habían trazado a tiralíneas. Intenté en varias ocasiones ser su amigo, pero en su vida no había tiempo ni espacio para una amistad con alguien como yo.


A los dieciocho años lo prometieron con una adolescente repelente, hija de unos amigos de la familia, de apellido noble y sangre entre roja y azul, hermosa como una muñeca de porcelana y fría como un iceberg. Paseaban juntos las tardes de domingo, acudían al cine cogidos de la mano, nunca se besaban en público, y dudo mucho que lo hicieran en la intimidad.


Manel acabó su licenciatura en la universidad y aprobó la oposición de notarías. Su madre caminaba por el barrio con la cabeza bien alta. Su padre hablaba de él en cada ocasión que se le presentaba. Ambos habían depositado en él sus esperanzas, sus anhelos y sus frustraciones, sus ganas de prosperar y de no ser una familia del montón. Manel ya apenas se asemejaba a un ser humano. Su aspecto era el de un autómata, caricatura de sí mismo, que vagaba por la urbe con la mirada perdida y un ligero tic casi imperceptible en el párpado inferior de su ojo derecho. Vestía trajes, pero todos parecían quedarle grandes. Sus pulcros zapatos refulgían, pero su semblante alargado se iba oscureciendo como el betún.


Supe por mi madre que Manel iba a casarse con la princesita aquel 24 de agosto, día de San Bartolomé. Recuerdo el calor que hacía hervir los adoquines de mi balcón y el silencio pegajoso que precedió a las doce campanadas escupidas de la catedral del Santo Cáliz.


-Tendrán unos hijos preciosos –chismorreaban las mujeres en las panaderías.

-Los ricos sólo se casan con los ricos, y a los pobres que nos jodan –maldecían sus maridos en las tabernas.

-Serán la familia a la que todos envidiarán –auguraban las beatas, camino de la ceremonia.


Esa misma tarde me enteré que Manel ni siquiera se presentó en la basílica aquel medio día. El colérico padrino corrió a buscarle a su casa, pero sólo encontró algo de ropa tirada por el suelo y una nota de su puño y letra en la aseguraba que se marchaba de Valencia para no volver.


En el barrio no tardó en armarse un tremendo revuelo. Los correveidiles circulaban de aldaba en aldaba y de alféizar en alféizar como hojas marchitas arrastradas por el mistral: que si la novia está destrozada, que si el muchacho en realidad es de la otra acera, que si la familia piensa desheredarle, que si habrase visto semejante calamidad, que si patatín, que si patatán. Yo pasé la tarde entera tumbado en la cama, abanicándome con una revista manoseada y sonriendo como un tontolaba al pensar que el pobre Manel por primera vez en su larga existencia se había atrevido a tomar una decisión.


Hace apenas unas semanas, durante un viaje de negocios, caminando de noche por las Ramblas de Barcelona, me di de bruces con un artista callejero que hacía malabares de fuego al lado de una mujer extranjera. Tenía el pelo largo y algo grasiento, y la piel acartonada por el sol. Las canas que poblaban su densa barba le hacían parecer sabio y tranquilo, y el fulgor de sus ojos entornados le daban un aire de felicidad difícil de describir. Calculé que era más o menos de mi quinta y me quedé allí plantado para dejarme sorprender por sus gráciles movimientos y su vestidura multicolor. Divisé en su rostro unas facciones conocidas, casi familiares, y achaqué al cansancio el ver parecidos donde sólo había casualidad.


Al finalizar su espectáculo, la mujer extranjera tendió un sombrero a los espectadores que habían conseguido reunir y yo realicé un humilde donativo. Me acerqué para felicitale por su exhibición y aproveché la oportunidad para preguntarle por su nombre. Él me atendió con educación casi aristocrática, estrechó mi mano con vehemencia y en ningún momento dejó de sonreír. Después recogió sus bártulos con parsimonia, los envolvió en un viejo pañuelo y besó con pasión los labios de su compañera. Vi como se alejaban por la avenida, cogidos del brazo, charlando y carcajeando como dos adolescentes. Sólo detuvieron su peculiar peregrinaje para ayudar a una anciana encorvada a tirar una botella de vidrio dentro de un contenedor.


Ya en el hotel, no podía sacarme de la cabeza la conversación mantenida con aquel desconocido. Estirado en la cama, mirando el techo de la habitación, lamenté mi escasa capacidad de insistencia y me reprendí por no haber sabido extraerle más información. Seguramente a aquel buen hombre no le habría importado en absoluto dármela, y yo habría podido salir de dudas con respecto a lo que pretendía indagar. Deseaba que aquel artista callejero fuese en realidad Manel, sí: treinta años más viejo, convertido a la vida bohemia y definitivamente feliz. Pero, si soy sincero, tener la certeza de ese hecho no habría servido sino para plantearme demasiados aspectos de mi propia existencia, de mi propia manera de proceder. Y no creo que a mi edad resulte sano ni conveniente volver la cabeza hacia el pasado con el fin de investigar dónde estuvo el error.


- Notari –había respondido el malabarista -.Em diuen El Notari. És una espècie de nom artístic. Tothom aquí em diu així.

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Manel. Captatio benevolentiae.

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21 comentarios:

Juanpla dijo...

Ya tenía yo ganas de volver a escuchar bellas canciones que se escapan furtivas por los ventanales de este adormilado palacio.

Si, a veces salimos,
solo a veces,
a veces,
solo.

Si vuelves a ver a Manel por esas calles del mundo abrázale fuertemente y que lea en la profundidad de tu mirada, felicidad.

Juanjo Ramírez dijo...

Me ha encantado! Escrito de una manera muy bonita y fluida. Y el tema me conmueve mucho. De pequeño mis padres también intentaban convencerme para que fuese notario. Afortunadamente conseguí escapar de ese destino sin escapar de mis padres :)

Celebro tu regreso!

Juanjo Ramírez dijo...

Por cierto: Me encanta también la canción. No la conocía!

Rubentxo dijo...

Juanpla y Juanjo (parece que hoy es el día de los Juan-X, jeje), gracias a los dos por pasar por aquí, después de tener tanto tiempo el palacio cerrado.
Juanpla, yo también tenía ganas de colgar algo nuevo, pero ha sido un semestre muy intenso...
No dudes que le daré un abrazo.
Juanjo: y tan fluido... del tirón, más bien... Seguro que está repleto de palabras repetidas, incoherencias varias y un largo etcétera de errores, porque ni siquiera me detuve a revisarlo...¡necesitaba acultualizar el blog ya!
Afortunadamente, como tú bien dices y como dice la canción:
"I a vegades ens en sortim".
Menos mal...
Abrazos a los dos, ¡artistas!

Mateo Bellido dijo...

Excelente, Rubentxo...Leí tu relato igual que lo escribiste, de corrido. En él no hay más que ternura y autenticidad. Sabes? Siempre me intrigaron los artistas callejeros, sobrse todo los payasos y malabarista, me impresionan su vocación absoluta, nada de interés pecuniario...
Un placer leerte y bienvenido...
Un abrazo.
Pd. A ver si consigo escuchar tu regalo musical, le cuesta cargarse.

Anónimo dijo...

Querido amigo, antes de nada quiero decirte que te he echado de menos a lo largo y ancho de estos meses sin saber se tus textos. Ahora que por fin actualizas me vengo "pa ca" de inmediato y me pongo como un poseso a leer esta fantástica historia (por desgracia demasiado repetida) que me deja con la boca abierta. Sabes escribir tal y como se cuentan las historias, fluidamente, sin demasiado adorno, sin mucha paja que de nada sirve.
Me encantó encontrarte de nuevo. No nos olvides por favor.

Rubentxo dijo...

Mateo: gracias por volver a palacio después de tanto tiempo... Espero que hayas podido escuchar la canción. Es, sencillamente, magnífica.

Luis: yo también he echado de menos la "blogosfera" y a todos vosotros. Han sido unos meses muy intensos. Apenas he tenido tiempo para escribir, pero os leía a hurtadillas, discretamente. Gracias por pasar y por tus amables palabras.

Abrazos para los dos.

JALOZA dijo...

¡Cómo me alegra leer algo nuevo! Yo también te eché de menos. No me sonaban de nada los Manel, he visto son un referente en la escena catalana, y de nuevo me has conquistado con la propuesta.

Gran canción, hermosa letra, los vídeos relacionados... Te felicito por el texto, quién no se ha sentido alguna vez así, alma de titiritero con hipoteca a fin de mes. Algún día romperemos los moldes y nos saldremos.

En fin, que me has hecho feliz un ratico, que ya voté por los Tachenko, que ya leí vendrás a Zaragoza (tenemos un abrazo pendiente) y que da gusto tomar la fresca en tu palacio.

A sus pies.

Rubentxo dijo...

Jaloza, gracias por pasar.
Un placer, que vengas a tomar la fresca a palacio,jeje.
Manel: mu grandes. Para mí "Els millors professors europeus" es el mejor disco debut del pop español de los últimos 28730298 años.
Abrazos!!!!

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

El relato se bebe como agua fresca en este tiempo. Me gustó y también la música de los enlaces. Conozco un caso similar. La vida tiene senderos muy diversos.



Un abrazo.

erato dijo...

Mare de deu, Rubentxo, ¡cómo me ha fascinado tu entrada, tu historia, Manel...!Y hasta has incluido la escena de la trilogía de Rojo, azuly blanco que se encuentra entre mi colección más preciada.¿Ves como no puedes irte?¿Tú ves lo que flipamoscuando te leemos?Uysss,qué buena tu vuelta, de verdad.Besicos y aplausos, majete

Rubentxo dijo...

Goathemala: gracias por pasar por este rincón virtual y por tus amables palabras.

Erato: siempre que leo un comentario tuyo es un subidón total. ¡Gracias por los ánimos! Y gracias por tomarte la molestia de pinchar en los enlaces. A veces pienso que nadie los explora.
Besazos, siempre.

cal_2 dijo...

Me ha maravillado la limpieza de tus palabras, el encanto que se desprende de este texto. Gracias por haber descubierto mi blog lo que me ha permitido entrar en tu mundo. seguire buceando en él. Un abrazo

Hipatia dijo...

Aunque suene a tópico, "todos somos un poco Maneles"; ya está, ya lo he dicho.
Otra cosa: "Y no creo que a mi edad resulte sano ni conveniente volver la cabeza hacia el pasado con el fin de investigar dónde estuvo el error". Esta frase es un dolor; la primera vez que la oí fue a mi madre (no me cuentes nada -me dijo- no quiero saber porque no quiero pensar que mi vida ha sido una equivocación") ¡cuando todavía no tenía 50 años!
Más cosas: he conocido padres que tienen hijos-adorno, es decir se adornan a sí mismos a costa de sus hijos, sobre los que ponen sus más altas miras. También he conocidos parejas que no se sienten familia hasta que no tienen un hijo. Mi parecer es que sobre esta clase de hijos se deposita demasiada responsabilidad, llegando los padres a esculpir sobre ellos sus propias esperanzas, deseos y frustraciones. Esos hijos están condenados a la decepción universal, porque los pobres no han estado nunca, y cuando logran verse se encuentran en un extremo.
Más cositas: me encanta el relato y te echaba de menos.
Ah, se me olvidaba, me debes un baile... ;)) Jajajaja.
Besos mediterráneos, desde la nave.

Recomenzar dijo...

Increible tu texto desbordado de palabras de un poeta
beso

erato dijo...

Pues por aquí también te canto feliz navidad a ritmo de rumba chuflera.Besos, guapo

luis dijo...

Por fin¡¡¡¡¡ te encuentro de nuevo despùés de un terremoto en mi ordenador.
Saludos

Bárbara dijo...

Simplemente genial!
Un abrazo

mientrasleo dijo...

He aterrizado aquí de casualidad y me ha gustado el torrente fluido del relato.
La canción, magnífica también.
Un saludo

Rubentxo dijo...

Gracias a los que habéis ido pasando por aquí.
Gracias, Mientrasleo, por tus amables palabras.
Después de un largo letargo (¿eso sería un letlargo?), esta noche mismo - si no pasa nada - colgaré la siguiente canción con su correspondiente relato.
¡Qué ganas de darle vida de nuevo a este palacio!
Saludos.

María dijo...

Gracias por devolverme tu visita, dejándome un bellísimo comentario, eres muy amable, y por supuesto, no quiero perder de vista tu blog, por lo que, me hago seguidora.

Tu rincón es una melodía de canciones donde las letras bailan al compás de las sensaciones.

Encantada de estar en este bello lugar.

Un beso.